La laudable labor de enseñar y brindar una guía pedagógica a los alumnos trasciende los cánones antes establecidos; hogares disfuncionales, y problemas tanto personales como familiares han sido los factores que han propiciado que alumnos recurran a sus maestros a fin de “confiarles las penas y dificultades” por las cuales atraviesan.
Esta interacción continua es el emblema que docentes como Héctor Santana hacen suyos, como parte de una ardua tarea que realizan estos “agentes de cambio”, fundamentada en aspectos que no solamente se basan en la mera enseñanza de asignaturas para la formación intelectual del estudiantado, sino más bien en la integración de ese elemento de empatía y amenidad clave para crear un clima de confianza entre profesores y discentes.
Esa proximidad que puede equiparse a la de un tutor, ya que los educadores al estar compartiendo largos intervalos de tiempo con sus alumnos pueden desarrollar cierto aprecio y estima, se pueden acrecentar los lazos de confidencialidad al grado de que algunos sientan que pueden confiarles problemas de carácter personal, familiar e incluso económico.
Jóvenes y niños inmersos en la droga o que han pensado quitarse la vida, recurren frecuentemente a estos profesionales para “liberar” todas sus penas y sentimientos en alguien que consideran especial y capaz de ayudarles en las circunstancias que atraviesan, función que debiera ser de los padres, pero que paradójicamente no siempre sucede así.
“A mis alumnos los amo, son la razón de vivir, porque los amo y es la única forma de decirle a la sociedad, estoy cumpliendo con mi trabajo, trato de darles lo más que puedo”, expresa Santana, quien dice estar satisfecho de la enseñanza que durante 25 años ha venido impartiendo.
Manifiesta que la forma en la que puede identificar a un niño o adolescente en problemas es a través del desempeño del mismo, pues indica que estos suelen ser indiferentes y en ocasiones violentos en el aula. Sin embargo, pondera que en el caso de que estos decidan realizar sus deberes, reflejarán en los trabajos los inconvenientes que les aquejan.
Explica que cuando puede visualizar algún problema, eso se puede convertir en motivo de pregunta, ¿Por qué escribe de esa manera? ¿Qué le motiva?, y basado en la respuestas les brinda la ayuda e incluso los exhorta a visitar el psicólogo escolar.
El profesional ha evidenciado que dentro de los salones hay distintas personalidades que varían desde extrovertida, hiperactiva, tímida, pero también ha identificado aquellos que son indiferentes o que muestran poco interés en las actividades pedagógicas.
Cuenta que en múltiples ocasiones, alumnos le han sugerido que les acompañe en la graduación de fin de año, para que los represente. Dice que esta situación puede deberse a factores como el rol de los padres en la relación con los hijos, o aquellos que proceden de familias disfuncionales, traduciéndose en una visualización paterna en su figura como educador.
De su lado, María del Carmen Durán, otra maestra, pone de manifiesto la importancia de enseñar valores éticos y morales a los estudiantes para que estos aprendan “cómo desenvolverse en distintos aspectos del diario vivir”, lo que crea las bases de una interacción positiva entre estos dos entes.
Asimismo, lamenta cabizbaja y con una inconmensurable nostalgia, que infantes y adolescentes recurran a “vicios” producto de factores diversos en los que destaca la desintegración familiar como uno de los principales.
Narra que le sorprendió la situación de un estudiante que estaba “envuelto” en esa pesadilla de la drogadicción, mostrando esos problemas en el entorno escolar, lo cual de inmediato la alertó. Afirma que le brindó su ayuda y le aconsejo alejarse de esas “malas personas” y rápidamente lo remitió al departamento de orientación.
“Me gusta que mis alumnos participen, que interactúen entre sí y que sean dinámicos”, dice al tiempo que da por hecho de que sus alumnos son como su familia.
Externa que a pesar de que dar clases es un arduo trabajo, le reconforta saber que está cumpliendo con su trabajo.
Para la pedagoga Liz Valdez, la relación maestro-alumno debe ser afable, con gran grado de respeto, y a la vez de aprendizaje mutuo. Estima que son los pilares por excelencia para una buena convivencia escolar. Para ella, cuando se tiene empatía hay mayor colaboración en las tareas.
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